Minutos después empezó a nevar, en una confusión de lluvia, aire y nieve difícil de describir. En el último castillo que nos quedaba por visitar la guía pidió la aprobación de los paseantes e hizo la descripción desde el bus aunque dijo que si alguien quería pordía bajarse. Nadie quizo.
En Postdam yo miré con tristeza a través del cristal los copitos que caían con gracia, tratando de grabar para siempre en mis ojos su descenso mágico. Es la nieve: qué linda.
Días después ya en Berlín, mi esposo me dijo al acostarse a media madrugada: 'hay nieve en el balcón'. Con las primeras luces estaba yo afuera contemplando el espectáculo. Impresionante: 10 cm de nieve. Todo adornado de blanco. Los árboles, qué lindos. Ya no había nieve en la calle pues había pasado el carro que la quita. Hice varias fotos a esa ciudad cubierta de blanco y autofotos. Pero quería una de mejor calidad para mandarle a mi mamita, familia y amigos en el trópico un poquito. Sobre las 10 salió el sol. Lindo y peligroso acontecimiento. 'La va a derretir y yo sin fotos buenas aún', pensé.
'Lo siento, mi amor, despiertáte ahora mismo y captura este momento con la nieve'. Y yo salí al balcón una vez más, la acaricié, agarré un poco con mis manos sin guantes, y no la sentí tan fría, sino tierna, esponjosa... La vi bella y me sentí feliz.
- Nieve, linda tú, le dije al poco atrapado entre mis manos. Aunque algún día te tornes repetitiva, te conviertas en agua y provoques fango, para mí eres y serás definitivamente bella.
- En el futuro recuerda el cuento de Alvarez Guedes y sé fiel a tus palabras, me dijo y se sonrió.
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