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sábado, 6 de febrero de 2016

Esos perros satos cubanos



A mi sobrinita Denisse



(Este relato fue escrito en algún momento del curso 1999-2000)


De los perros, desde las caras mascotas amaestradas hasta esas criaturillas llenas de sarna, se ha escrito mucho. Me encanta leer sobre perros y siempre los perros me han inspirado amor.
Perros en un pórtico. Cuba

Eran las 10:30 de la mañana de un día soleado. Me sentía triste porque mis alumnos en la secundaria estuvieron muy excitados y no se portaron bien en la clase; sin embargo caminaba tratando de mantener el semblante alegre. Justo cuando casi llegaba a la parada se iba el camello. El camello, ese raro artefacto diseñado en la Habana para el transporte masivo de pasajeros es nombrado así por su similitud en la joroba central con ese animal del desierto. A pesar de que se llama metrobus, nadie lo llama por su «nombre científico» y el populacho prefiere llamarlo como una función matemática M(x), en aquel entonces), donde «x» es el número de la ruta, o simplemente camello a secas. Como el camello se iba no quedó otra alternativa que esperar el próximo.
En la parada de Mulgova además de los que esperaban alguna de las otras rutas de ómnibus, había un perrito que ladraba incesantemente, pues su dueño, al parecer se montó en el camello que vi irse. El perrito era un sato de unos 25 cm de altura, tenía una mancha negra en el lomo y orejas y el resto del cuerpo era blanco-grisaceo con unas pinticas negras más pequeñas. Las orejas medio peludas caían graciosamente. El bello perrito traía fango en las patas y salpicaduras probablemente regaladas por un carro al pasar por un charco pues había llovido el día anterior.
En mi mente nombré al perrito Terry pues siempre quise tener un perro para ponerle así. En realidad mi prima Yoyi y yo tuvimos varios perritos con ese nombre, pero al ser hijos de las perras de mi casa, Muñeca y Patricia, su tiempo de convivencia con nosotros no se alargaba mucho, sólo hasta que encontraban a quien regalarlos.
Terry comenzó a ladrar a cuanto carro pasaba por la carretera. Cada vez que le caía atrás a los carros, 2 o 3 metros no más, se me comprimía el corazón pensando en un triste final.
El perrito alternaba sus ladridos a los carros con saludos cariñosos, movimientos de su colita, a los niños que estaban en la parada. Y respondió con muestras de indescriptible alegría a un señor que le dio un pedacito de pan.
Yo tuve deseos de solidarizarme con él, pasarle la mano. No lo hice por cobardía, por temor a un contagio, después me arrepentí pero ya era tarde. 'Nunca debemos negar amistad o apoyo al que lo necesite, aun cuando sea un perro, pensaba yo un poco filosóficamente', pero temía.
En medio de mi indecisión sobre ser cariñosa con Terry se acerca el próximo camello. Pensé en que el pobre Terry quedaría allí en la parada solo, corriendo y ladrando detrás de cuanto carro pasara hasta que algún vecino lo reconociera y lo llevara a su dueño, o quizás una buena alma quisiera adoptarlo como mascota o simplemente fuera estropeado por un carro. En medio de estos pensamientos llegó finalmente el camello y... ¿qué ha pasado?
Al abrir la puerta del medio, como un bólido subió Terry. Aquí comenzó el diálogo cubano:
-¡Mira!... subió el perrito.
-¡Bájalo!
-Parece que el dueño se montó en el camello anterior.
-Espera, conductor, no cierres la puerta.
Nadie se decide a bajarlo y el camello arranca.
-Cógelo ahí pa' tirarlo pa' fuera.
-Yo voy a abrir la puerta- dice el conductor - y le das una «patá».-El conductor abre la puerta.
-¡Noooooooo! me da lástima...
-¡Es un crimen!
-Yo no podría, qué va...
Como nadie se decidió, el conductor cerró la puerta.
Terry, sintiéndose protagonista y dueño comenzó a ladrar y a mover la colita de felicidad. El camello avanzaba a toda velocidad hacia la otra parada contando esta vez una historia diferente.