Desde el año 2000
no he tirado un papel fuera de un cesto. Esa enseñanza de vida me
vino por una canadiense en el congreso de la OCLAE cuando me pidió
la envoltura de un caramelo que yo me aprestaba a lanzar por la
ventanilla del bus. Sentí tanta vergüenza por mi irresponsabilidad
en la limpieza de mi propio país que desde entonces puedo cargar
cualquier papel, servilleta usada ya sea en abrigos o carteras
durante mucho tiempo a la espera de que aparezca un cesto en mi
camino. Durante un viaje Hannover-Berlin guardé en unos de los
bolsillos de mi abrigo chubasquero dos servilletas a la espera de un
cesto. Unos días después en la calle descubrí que aún andaba con
las servilletas, pero le sumé otra que envolvía una manzana que me
estaba comiendo. Ya el bulto de era claramente visible y me dije:
«
En cuanto te bajes en la estación
botas tu pequeño microvertedero en el primer cesto que encuentres»
.
Y así lo hice. Ya liberada de mi carga de papeles, me monté
relajada en el cambio de tren hacia la casa para disfrutar así de un
merecido descanso en una helada tarde de invierno berlinés.
Cual no sería la
sorpresa cuando intentar abrir la puerta me doy cuenta que no traía
las llaves. Suerte que mein Mann estaba en la casa y pude entrar.
Como una demente vacié mi cartera y bolsillos. Repetí en
mi mente la trayectoria paso a paso hasta el momento en que casi con
toda seguridad boté las llaves en el cesto enredadas en las
servilletas. Se me unieron el cielo y la tierra en un estruendo en el
que explotaron varias neuronas en mi cerebro ante ese delicado gran
problema. Sin perder mucho tiempo hicimos el camino de regreso bajo
un frío con nieve fangosa de -2 grados y una ventisca que recordaba
la estepa rusa hasta el cesto receptor de las llaves. Metí mi brazo
con guantes por la pequeña abertura y a escarbar . A esa hora tienes
la impresión de que todo el mundo te mira, que el universo se
detiene en ese instante bochornoso…
«
La
única ofensa es tener testigos»
, pensé
en Silvio Rodríguez, y pedí a Dios que no pasara ningún conocido.
Como tengo los brazos cortos y el cesto era un poco más largo que lo
que podía alcanzar, mi partner se solidarizó conmigo y también
buscó algún sonido esperanzador. Búsqueda infructuosa. «
Hace
diez minutos vaciaron los cestos»
, nos
confirmó un vendedor de Curry Wurst testigo presencial de nuestra
búsqueda. «E
s que perdimos un papel
importante»
, intentamos explicar
nuestro «
buceo»
.
El resto de la noche
fue en un mercado enorme, digámoslo eufemísticamente, mejorando
nuestro vocabulario en alemán relativo a las Schlüsseln(llaves),
cambio de llavín (Türschlüsseln), que por cierto la traducción en
Google Translator decía otra cosa. Lograr que los servicios
desbloqueadores de puertas entendieran nuestro problema fue
infructuoso, por suerte, pues querían cobrar un ojo por la
nocturnidad y como teníamos otra llave no había necesidad de tanta
urgencia. La aventura, como cada cosa incontrolada, costó unos 150
euros, sin contar el tiempo de escribir carta de autorización
especial (Genehmigung) para la nueva llave del edificio, medir
nuestra puerta, encontrar un nuevo llavín que viniera bien. No le
contamos a nadie nuestro imprevisto y vergonzoso tormento hasta hoy,
pero al fin y al cabo el tigre europeo no estaría completo sin esa
raya del
«
buceo»
en Berlín.